viernes, 16 de junio de 2017

UN HOMBRE HONRADO VALE MUCHO

PUBLICADO POR: https://wol.jw.org
AUNQUE la deshonestidad existe desde los tiempos del jardín de Edén, en la mayoría de las culturas y sociedades se reconoce que la honradez es una cualidad valiosa, que la mentira y el engaño son censurables, y que la persona confiable tiene motivos para sentirse orgullosa. No obstante, cada vez está más extendida la opinión de que hace falta ser deshonesto para salir a flote en la sociedad actual. Ahora bien, ¿cuál es la opinión del lector? ¿Cree que vale la pena cultivar la honradez? ¿Qué criterio sigue para determinar si una conducta es honrada?

Quien desee agradar a Dios debe ser honrado tanto en sus palabras como en sus acciones cotidianas. El apóstol Pablo hizo esta exhortación a sus hermanos cristianos: “Hable verdad cada uno de ustedes con su prójimo” (Efesios 4:25). También escribió: “Deseamos comportarnos honradamente en todas las cosas” (Hebreos 13:18). La razón para actuar así no es recibir las felicitaciones de nuestros semejantes, sino demostrar respeto al Creador y agradarle.
No escondamos lo que somos
En muchas naciones, la gente altera datos personales para obtener ventajas de carácter material. Por ejemplo, consiguen documentos falsos, como diplomas e identificaciones, a fin de ingresar ilegalmente en un país o conseguir trabajos sin estar capacitados. Y hay padres que falsifican actas de nacimiento para prolongar la escolaridad de sus hijos.
Pero no es posible actuar con engaño y agradar a Dios al mismo tiempo. La Biblia señala que Jehová es “el Dios de la verdad” y que él espera que sus amigos sean veraces (Salmo 31:5). Por eso, si queremos tener una estrecha relación con él, no podemos imitar a los “hombres de falsedad”, quienes “esconden lo que son” (Salmo 26:4).
También es común ocultar la verdad por miedo a las medidas disciplinarias. Hasta dentro de la congregación cristiana hay quienes caen en este error. Por ejemplo, un joven confesó a los ancianos que había cometido ciertos pecados, pero negó que hubiera incurrido en hurto, a pesar de que existían indicios al respecto. Más tarde se probó su culpabilidad y fue preciso expulsarlo de la congregación. ¡Cuánto mejor hubiera sido actuar con total sinceridad y recibir la ayuda necesaria para restablecer su preciosa relación con Jehová! A fin de cuentas, la Biblia dice: “No tengas en poco la disciplina de Jehová, ni desfallezcas cuando seas corregido por él; porque Jehová disciplina a quien ama” (Hebreos 12:5, 6).
Puede ser que un hermano, deseoso de alcanzar una posición de responsabilidad en la congregación, esconda problemas personales o pecados del pasado. Por ejemplo, al llenar una solicitud para un privilegio especial de servicio, quizás omita detalles en las preguntas referentes a salud y moralidad, pensando que si dice toda la verdad será rechazado. Tal vez razone: “En realidad no he mentido”. Pero ¿de veras ha sido franco y honrado? No olvidemos lo que dice Proverbios 3:32 acerca de quien actúa de forma retorcida: “El sinuoso es cosa detestable a Jehová, pero Él tiene intimidad con los rectos”.
La primera persona con quien hay que ser honrado es con uno mismo. A menudo creemos lo que nos gusta, y no lo que está bien o lo que es la verdad. ¡Y qué fácil es echarle la culpa a otro! Así lo hizo el rey Saúl para justificar su propia desobediencia, y terminó siendo rechazado como rey por Jehová (1 Samuel 15:20-23). Pero ¡qué diferente fue David! Él oró a Jehová: “Por fin te confesé mi pecado, y no encubrí mi error. Dije: ‘Haré confesión acerca de mis transgresiones a Jehová’. Y tú mismo perdonaste el error de mis pecados” (Salmo 32:5).
Las recompensas de la honradez
La opinión que se formen de nosotros los demás dependerá en parte de lo honrados que seamos. Cuando alguien se entera de que cierta persona lo ha engañado, aunque sea una sola vez, es difícil que vuelva a confiar en ella. Por otro lado, la gente veraz y honesta se labra la reputación de ser íntegra y digna de confianza, como ha ocurrido con los testigos de Jehová. Veamos algunos ejemplos.
Al descubrir que muchos empleados defraudaban a su empresa, el director solicitó la intervención de la policía. Sin embargo, cuando se enteró de que entre los detenidos había un testigo de Jehová, se dirigió a la comisaría para solicitar que lo soltaran de inmediato. ¿Por qué? Porque sabía que era un trabajador honrado e inocente. Al final, el Testigo mantuvo el trabajo y los demás fueron despedidos. ¡Cuánto se alegraron sus hermanos en la fe al ver que había glorificado con su conducta el nombre de Jehová!
La gente se da cuenta de quién se comporta bien. Así sucedió en una comunidad africana, donde había que reponer las tablas robadas del puente que cruzaba un gran canal de drenaje. Una vez recolectado el dinero necesario, los lugareños se plantearon a quién se lo dejarían. Decidieron por unanimidad que tenía que ser a un testigo de Jehová.
Un Testigo que llevaba la contabilidad para una multinacional en un país africano fue trasladado a otro país al correr peligro su vida por los disturbios étnicos y políticos. La compañía se hizo cargo de todos los gastos de su estancia de varios meses, hasta que se calmaron las cosas. ¿Por qué actuaron así los administradores? Porque sabían que él se había negado a colaborar en una estafa contra la empresa y que tenía fama de intachable. ¿Habrían estado tan dispuestos a ayudarle si hubiera estado envuelto en turbios manejos?
“El justo anda en su integridad”, dice Proverbios 20:7. La persona honesta es íntegra, y nunca hace trampas ni engaña a nadie. ¿Verdad que a todos nos gustaría que la gente con quien tratamos fuera así? Además, la honradez forma parte esencial de la adoración verdadera, pues es una muestra de amor a Dios y al prójimo. Al ser honrados, demostramos que queremos vivir de acuerdo con el siguiente principio que enunció Jesús: “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos” (Mateo 7:12; 22:36-39).
Es cierto que ser siempre honrado requiere a veces sacrificios, pero nos deja con la conciencia tranquila, y eso no tiene precio. Además, a la larga nos ofrece ventajas incomparables. No hay nada mejor que disfrutar de una buena relación con Jehová. ¿Qué razón puede haber para echarla a perder recurriendo a prácticas deshonestas, sea por salvar las apariencias o por conseguir beneficios ilícitos? Aunque afrontemos dificultades por ser honrados, siempre podremos tener la misma seguridad que el salmista, quien dijo: “Feliz es el [...] que ha puesto a Jehová por confianza suya, y que no ha vuelto el rostro hacia gente desafiadora, ni hacia los que se apartan a mentiras” (Salmo 40:4).

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