No te pedimos que te ilusione todo lo que te rodea, pero si no hay nada que te haga ilusión, no podrás ser feliz. La falta de ilusión puede ser transitoria y responder a una reacción normal ante eventos vitales estresantes (separación, despido, muerte de un ser querido,
etcétera), o bien ser de carácter permanente afectando negativamente
nuestra vida. En este último caso, y especialmente cuando las
estrategias empleadas para salir de este estado han fallado, puede ser
necesario solicitar atención psicológica especializada.
A continuación te describimos las principales consecuencias que sufren las personas sin ilusión:
A continuación te describimos las principales consecuencias que sufren las personas sin ilusión:
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Carecen de metas y objetivos. Existe una relación bidireccional
entre la ilusión y nuestras metas; la falta de metas hace que no
tengamos ilusión, y la falta de ilusión hace que no tengamos metas.
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Sus expectativas no son realistas: en relación con el punto
anterior, al no tener metas firmes se plantean la consecución de
ideales, y al no ver cumplidas sus expectativas, pierden la ilusión por
conseguir otra meta diferente y más asequible.
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Tristeza, indefensión (sensación de que nada depende de ellos) y, en algunos casos, depresión.
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Sentimiento de dispersión que verbalizan como “me siento perdido, sin ilusión, no sé lo que quiero”.
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Sentimiento de vacío e insatisfacción constante.
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Mal humor.
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Envidia hacia los demás por creer que a ellos las cosas buenas que les ocurren “les vienen regaladas”.
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Cuando la falta de ilusión afecta a la pareja: aburrimiento,
sensación de desapego, decepción, discusiones frecuentes, necesidad de
pasar poco tiempo con la pareja (y en algunos casos de estar en compañía
de otras personas), falta de planes en común, ausencia de deseo de
hacer feliz al otro, disminución del deseo sexual, etcétera.
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Cuando la falta de ilusión afecta al trabajo: desgana a la hora de
desempeñar la labor profesional, bajo rendimiento, ausencia de deseo de
promoción, desinterés por las relaciones con los compañeros de trabajo,
sensación de pérdida de tiempo, sentimiento de amargura antes de volver
al trabajo tras el fin de semana o unos días de vacaciones, cansancio,
fatiga, y otros síntomas físicos como la dificultad para dormir o los
dolores de cabeza.
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